viernes, septiembre 14, 2007

Yo solito

¿Un fetiche?, ¿Un amuleto de la “buena suerte”? ¡Vamos! Siempre he pensado que eso es para las personas que necesitan de panaceas porque no quieren o no pueden enfrentar cara a cara sus inseguridades, sus temores más íntimos, sus propias carencias.

Mira que supeditar tu suerte a una patita de conejo. Qué culpa tiene el pobre animalito de que existamos millones de mexicanos soñando con ‘pegarle al gordo’ de la "Lotería Nacional para la Asistencia Pública" (siempre me ha gustado lo rimbombante que suena pronunciarlo completo) y no pocas personas se hagan de una de esas extremidades peludas para atraer el dinero, pero cómo pretenden sacarse el “premioooo mayoooor, premioooo mayoooor” (¡¿quien no recuerda a los niños gritones de la lotería?!) de 100 millones de pesos ¡si ni siquiera compran un “huerfanito”! O qué tal con aquellas mujeres que usan de prendedores unos espantosos intentos de ángeles elaborados por medio de un engarce burdo de alambre dorado y trocitos de cuarzos de colores -que más bien han de ser trozos de vidrio de botellas de refrescos- quesque para ahuyentar ‘las malas vibras’. Con tales esperpentos CUALQUIERA se aleja, jajaja!!.

Aunque pensándolo bien, también debo de reconocer que existen ciertos ‘artilugios’ ¡que sí logran su objetivo y hasta con creces! Cómo poder olvidar “las pastillas rojas de El Flaco”.

Hace algunos años, al comenzar las vacaciones de verano, mi papá decidió que su primer hijo varón debía practicar algún deporte ‘de contacto’ para despertar su destreza. Tomó a su chiquillo de la mano y se enfiló a cierto Club para inscribirlo y comenzar lo antes posible. Y ahí estaba: un niño de 6 años, delgadito, muuuy introvertido, aletargado y chillón con tremendo guante de béisbol en sus manos. Entrenaba tres veces a la semana y tal vez por su propia timidez le asignaron la posición de ‘catcher’. Lo complicado de todo esto era que El Flaco sufría, literalmente, el jugar béisbol. Todavía recuerdo la visible palidez que le causaba plantarse en el ‘diamante verde’ pese a las desgañitadas porras que le echábamos en sus partidos y ante las caras largas de sus compañeros porque nómas no daba ‘guante con bola’.

Uno de esos sábados, mi mamá tuvo a bien poner algo en la bolsita trasera de su pantaloncillo: “Aquí va una pastillita roja. Pásatela cuando sientas que las manos te tiemblan y no puedas lanzar la bola, mi flaquito”. Semana a semana, con todo su miedo a cuestas, El Flaco se zampaba ‘su pastilla roja’ y, sorprendentemente, comenzó a lograr su objetivo. Cada sábado era muy gratificante ver como mejoraba su habilidad, como se involucraba en el juego, al grado de que hasta sus sugerencias eran tomadas en cuenta por sus compañeros y por el entrenador mismo. Su empeño y maestría lo llevaron a ser considerado “la estrella” de su equipo: resultaba todo un agasajo ver jugar con tal aplomo y fuerza a ese niño tan delgadito. El Flaco fue galardonado como “El Mejor Catcher” en un par de temporadas de juego consecutivas.

¿Gracias a “sus pastillas rojas”? No, no crean que mi mamá ‘dopaba’ a su chilpayate. Las susodichas “pastillas rojas” resultaron ser ni más ni menos que… ¡¡¡lunetas!!! No más que simple chocolate confitado. Y es que la caché separándolas cuidadosamente de las bolsitas que compraba en la tienda del mercado, “Son sólo para mí” nos decía (y yo la tildaba de 'come-sola'). Me hizo jurarle y perjurarle que no le revelaría su secreto a mi hermano so pena de quedarme sin fiesta de cumpleaños y sin postre por el resto de mi existencia. Fui una tumba. Por ahí existe una foto de mi pastel de 9 años: fue divertidamente decorado por mi mamá con crema chantilly y… lunetas, sin las 'rojas', claro está.

Al inicio de su segunda temporada de juego, fue El Flaco mismo quien canceló la portación y toma de ‘su pastilla roja’. Muy firme pronunció: “!No mami, ya no necesito mi pastilla. Ya puedo lanzar… yo solito la bola!”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

falta creatividad, sugiero practicar con hai ku. lo siento

Anónimo dijo...

me gusta como describes al niño, lo puedo imaginar, al flaco. me gustan los finales contundentes.