jueves, diciembre 06, 2007

ALQUIMIA

En el cenit de la noche
una magia extraña
ha transmutado en saliva
el sudor de tu espalda

Letanía en el espejo

martes, octubre 16, 2007

La Casa de Verano

Pensé que un viaje al campo nos haría estar mejor. Era sábado por la mañana y tomamos el auto que recién había comprado Rubén. La compra de un convertible cuando aún no teníamos hijos me agredió un poco. Después de cinco años de intentarlo sin ningún resultado un Thunderbird último modelo, convertible y dos puertas en vez de un auto familiar era una señal visible que había perdido la esperanza. Supongo que por eso y por otros motivos las cosas con Rubén no estaban del todo bien. Esta obsesión de ser madre me estaba afectando. Una mujer de mi edad que aún no tiene familia era un síntoma de preocupación. Ya no sólo en las reuniones familiares con mi padre y mis hermanas o en las de mis suegros con mis cuñados, sino incluso mis propias amigas con las que yo no tenía tanto en común como antes y me sentía rara cuando las tenía a mi alrededor. Los doctores no entendían la causa. “Normalmente una mujer de 25 años puede embarazarse fácilmente y sin problema”, decían. No era mi caso.

Decidimos irnos a las ocho de la mañana a Balcarca, un poblado en las montañas a tres horas de la ciudad, donde teníamos una casa de campo que Rubén había heredado de sus abuelos. Era un lugar muy bonito donde habíamos pasado nuestros primeros veranos. La carretera la habían arreglado poco a poco y cada vez estaba mejor y era una buena oportunidad para probar el Auto. Me hacía ilusión pasar el verano y alejarme del calor de la ciudad que estaba por empezar y que a mediados de mes ya sería insoportable. El estar solos también nos haría bien. Rubén ya no me tocaba desde hace meses, así que tal vez esto sería una oportunidad más para la procreación, actividad de la cual habíamos tomado un receso. En la carretera estuvimos en silencio. Sólo se oía el motor del coche nuevo. Yo veía por la ventana el camino, los árboles y como cambiaba el paisaje casi con cada hora recorrida. El bosque se hacía más denso, había más árboles, más sol y menos sol. Cuando llegamos a Mesía ya se había nublado. Veinte minutos después, ya en Balcarca ya había amenaza de lluvia y si eso pasaba nos tendríamos que preparar con cubetas para las goteras de la casa. Descargamos el coche en la casa con la ayuda de Justa y de su hijo que ya nos estaban esperando. Siempre que veníamos Justa se encargaba de hacer un poco de limpieza, de fumigar y de repente me ayudaba un poco en la cocina con el desayuno, especialmente cuando teníamos invitados o venían mis cuñados con nosotros a pasar algún fin de semana durante nuestra estancia. Justa tendría como unos cuarenta años y era un poco gorda, pero ágil, supongo que por la actividad física del campo. Benjamín su hijo ya tendría como diecisiete y vivían en Balcarca, muy cerca del nuestra casa. El tiempo había pasado muy rápido y apenas me había dado cuenta de lo mucho que había crecido. Cuando nos casamos era un niño. Yo lo veía caminar por la casa cuando Justa lo llevaba para cuidarlo. Ahora ya tenía la altura de un hombre adulto, con un cuerpo joven, delgado, pero fuerte. El pelo rubio y pesado con un copete lacio que a veces le caía en la cara y se lo apartaba con un moviendo de cabeza. Tenía los brazos largos y fuertes con la piel bronceada, como la de Justa y una sonrisa hermosa. Imagine como sería si yo tuviera un hijo y como sería a los diecisiete. Yo siempre había querido más un hijo varón que una niña porque me parecía mejor criar un hombre que una mujer y creo que nos entenderíamos mejor. Justa bajó del coche la canasta con el pan, la fruta y la carne y Benjamín las maletas. Comentaban lo bonito que estaba el coche y Rubén sonreía orgulloso. Me voltearon a ver y tuve que sonreír también. Hubiera querido quejarme, pero se habría visto mal que la señora de la casa renegara del señor y sobretodo si se trataba de un Thunderbird 1957. Entré por la cocina y sentí el aire que rondaba. Las casas en las que no vive nadie tienen algo en el ambiente, empezando por el olor a encerrado que ya es bastante característico. Cuando están habitadas, las personas llenan los espacios y las habitaciones tienen diferentes estados de ánimo durante el día, como si tuvieran vida propia. Sentimientos, resentimientos, el peso y la densidad de cada habitación también varía. En la mañana hay un aire, una luz y un olor. A medio día el ritmo es otro y por la tarde se mueren un poco estos espacios. En la noche todo es diferente y es como si ya no fuera la misma casa y es como si te hubieras mudado a otro sitio. Todo este cambio de estados de ánimo es familiar para los habitantes de cada casa y sus dueños reconocen cada cambio como algo normal en los espacios. Esta casa no tenía eso. Conforme pasaban los días, la casa iba adoptando sus propios estados y cada vez se iba transformando hasta sentirla como nuestra.

Rubén fue con Benjamín a la bodega para traer la leña para la estufa. Llegaron y la colocaron debajo de las hornillas. Caminé por la estancia y el comedor, quité las sábanas de los muebles de la sala. A pesar de que Justa había fumigado, salieron muchas hormigas y tuve que sacar las sábanas que tapaban los muebles para sacudirlas. En el la mesa del comedor vi el frutero que nos había regalado Esperanza el día de nuestra boda, una amiga de mi madre. Era un frutero azul, muy grande, antiguo que ella tenía desde que era niña. Desde que nos lo regaló, yo siempre lo llenaba de manzanas que comprábamos en el mercado de Balcarca. Subí por la escalera y oí el crujir de la madera. Arriba entré a nuestra habitación y abrí las ventanas. Miré adentro del closet y no tenía nada, lo cual me recordaba una vez más el vacío en la casa. Junto a nuestra habitación había dos cuartos más. El de visitas y otro era el estudio donde Rubén pintaba. Pude ver el caballete con una tela de tamaño mediano con la cara de un anciano del pueblo que pude reconocer. El hombre se había prestado muy amablemente a posar para Rubén durante muchos días en un café durante el verano pasado. Las vacaciones terminaron y Rubén no concluyó el cuadro. Después nos enteramos que el señor había muerto y esto desmotivó a Rubén para continuar con la pintura. El cuadro a pesar de estar inconcluso era una obra interesante. Tenía una pincelada única y el manejo de la técnica también era propia y muy moderna. Pero no dejaba de tener algo de aficionado. Pensé que si se hubiera dedicado a pintar sería un buen artista o tal vez con un poco de estudio lograría mejorar. Bajé de nuevo y salí con mi canasta para caminar al mercado del pueblo que estaba como a diez minutos de la casa. En el camino al pueblo vi muchas caras conocidas que me saludaban. Yo llevaba un vestido azul con puntos blancos con un cuello de encaje blanco y creo que estaba muy peinada de ciudad. Llevaba un suéter en los hombros y mis zapatos tampoco eran propios para la ocasión ni para el lugar. Que descuido el mío. Recorrí los puestos buscando algunas cosas que había olvidado comprar en la ciudad y también otras que sabía que en Balcarca eran mucho mejor. Vino, queso curado, aceite y las manzanas para el frutero. Compré un poco de paté de pimienta para un entremés. Regresé sintiendo que las manzanas eran lo que más me pesaban. Ya en casa las lavé y las puse en el frutero de Esperanza. Busqué a Rubén por la casa y no lo encontré. Me asomé por la ventana de la cocina y lo vi que estaba afuera. Todo alrededor de la casa era verde y lleno de árboles. No había casas vecinas por lo menos a 250 metros de la nuestra. Rubén había sacado el caballete con una tela nueva en blanco. Estaba sentado en un banco y preparaba su paleta. Salí con mi frutero y él se volvió con una sonrisa. Se veía más joven con ropa de trabajo y el pelo castaño alborotado y un poco más rizado que como lo llevaba en la ciudad por la brillantina. Enfrente de él como a cuatro metros estaba Benjamín sentado en un banco con una mesa enfrente y estaba posando un poco aburrido.

- No te muevas

Benjamín no contestó y se mantuvo en su posición. Me quedé mirando la escena con mi frutero. Benjamín estaba un poco encorvado por estar recargado en la mesa, el pelo le caía un poco en la cara y me lanzó una mirada dulce. Yo sonreí. Rubén se volvió hacia a mi de nuevo. Me acerqué a él y le ofrecí una manzana. Se levantó de su banco y me quitó el frutero para acomodarlo en la mesa donde estaba Benjamín para que formara parte de la composición. Se volvió a sentar en el banco y continuó delineando las formas en la tela con su carbón.

Durante todo el verano yo tenía establecida una rutina. El desayuno, leía un rato, hacía la compra, comíamos y después hacía mi caminata que me llevaba un par de horas. Llegaba hasta el lago, luego cruzaba el puente y así seguía para después regresar. Yo continué con mis caminatas diarias durante toda nuestra estancia y Rubén mientras, pintaba fuera de la casa en el mismo espacio verde hasta que las lluvias ya muy próximas limitaran a las mañana las actividades exteriores. La tela avanzaba bien y Benjamín era tan buen modelo. Siempre estaba muy dispuesto y hacía todo lo posible para adoptar la misma posición. Esa tarde me dispuse a tomar mi caminata. Apenas empezaba mi recorrido y me detuve un momento para sentarme a pensar si de verdad algún día sería madre. Si tendría uno o más hijos y que me gustaría regresar embarazada a la ciudad. De pronto sentí las primeras gotas de lluvia en mi sombrero. Me levanté y caminé rápido hacia la casa. Todavía no estaba muy lejos, pero tendría que llegar pronto. Curiosamente las gotas seguían siendo muy espaciadas y casi no me mojaban. Yo caminaba muy rápido por temor a que me quedara en mitad de la tormenta. Seguí caminando rápido, pero ahora ya no llovía y en su lugar un sol radiante. Falsa alarma, pero yo ya estaba en casa. Decidí ya no continuar pues la carrera me había agotado. Entré en la casa y ya no estaba ni el caballete de Rubén ni la mesa, ni el banco, pero pude ver en la barra de la cocina el frutero con las manzanas. Pensé que se habían metido para continuar con el cuadro en el estudio, pero se les había olvidado subirse el frutero. Subí al las recámaras y abrí la puerta del estudio en silencio y con mucho cuidado, para no interrumpir. Iba a decir algo cuando vi que Benjamín volteo bruscamente y su copete lacio se movió. Se hizo el silencio y mis manos perdieron fuerza. El pesado frutero resbaló de mis manos y quedé helada sin poder hablar. Las manzanas rodaron por el piso y algunas cayeron por la escalera hasta el piso de abajo. Oí como fue su trayectoria mientras se golpeaban con cada uno de los escalones y el golpe era seco. Los tres estábamos en silencio. Ellos me miraban y yo a ellos. Primero a uno, después al otro y ellos me seguían viendo, desnudos. Los vi temblar por un momento y vi que Rubén quería decir algo. No pudo emitir sonido. No me quitaban la mirada. Creo que por un momento se nublaba mi visión y creí estar en un sueño. Me parecía de pronto que llevaba horas parada en el marco de la puerta. Me volví y cerré la puerta del estudio. Cuidé en no pisar los pedazos azules de cristal roto del frutero y de no tropezarme con las manzanas que estaban en el piso y en algunos de los escalones. Salí por la cocina dejando la puerta abierta y caminé hacia el campo. Empecé a correr. A lo lejos se oía que alguien me llamaba y gritaba mi nombre: ¡Aliciaaaa!

lunes, octubre 15, 2007

TALLER SÓLO CUENTO...

Imparte: José Alfredo Reyes

Lugar: Claustro de Sor Juana

Inicia: 9 de noviembre


El Cuento es narrativa. El cuento tiene por objetivo contar una historia. La historia tiene como objetivo contar cómo se desarrolla un conflicto. El conflicto tiene como objetivo el enfrentamiento y la develación de las conductas humanas. La explosión de la ira, el espectáculo de la agilidad felina, el miedo al tiempo, el amor soñado, la duda sobre la realidad son las alas literarias. El cuento es nuestra existencia hecha letras. El cuento es imaginación, es literatura.
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Temario y mayores informes: de click AQUÍ

viernes, septiembre 28, 2007

ESTEBAN

Estaba Esteban en esa esquina española esperando encontrarse esa eslava excelsa. Este Esteban en espera, emocionado, entusiasmado empolvado, enojado, encantado, empecinado, eligió esperar en esa esquina esperanzado en esa eslava excelsa. Embebido entono extrañas estrofas enriqueciendo esa espera exquisita, espantosa. Ella, esa eslava excelsa, esquivaba enésimos espacios estáticos, Embrollada, encelada, enloquecida, enrojecida, encolerizada esa eslava excelsa eligió encontrarse ese Esteban en esa esquina española. En esa encrucijada estaba Esteban, en esa encrucijada estaba esa eslava excelsa, ¡encomiable era esa escena!. Esperando Esteban estaba, Encaminada esa eslava excelsa. Ellos eran especiales, esenciales, estimables, extraordinarios, esplendidos extraños extranjeros esperando encontrarse en esa esquina española.
En ese espacio están encontrándose, extasiándose, endiosándose, ensalzándose, enriqueciéndose, empobreciéndose, extrañándose, extrapolándose , ensañándose, ensoñándose, enloqueciéndose, ensimismándose, erigiéndose, emulándose, espantándose , enamorándose.

MUJER/AGUA

INTACTA

Bañada por la sangre del día
vestida de una luz nueva,
eres diamante sobre la arena
agua del sol desprendida.

Despierta un alma dormida
mi boca inicia la guerra,
tus ojos son mi bandera
Bajo una tregua perdida.

Derramada en un instante
tierra blanca humedecida
tu piel es un diamante

Mis labios son melodía
tu imagen es danzante
luz intacta al mediodía

MUJER/

REVELACIONES

REVELACIONES

Abre los ojos, no hay mañana
No guardes nada bajo llave
La diosa blanca también lo sabe
el tiempo fugaz es su guadaña.

(puedes verlo en su mirada)
La luz que guardas celosamente
Espera tan solo por la muerte
Bajo una estrella de obsidiana

No hay una armonía perfecta
El silencio es el gran secreto
El laberinto es una línea recta

La vida es un inmenso desierto
No hay huellas sobre la arena
Debajo esperan solo los muertos.

ARBOL/VIDA

Relámpago petrificado
tu poder yace en los años,
¡Oh¡ si todos pudieran!
mirar la sabiduría
que tu forma encierra

que no importa
cual de tus ramas
la savia recorra,
su origen, Su destino
yacen bajo la tierra

no importa el camino que empiece
no importa cuanto apresure
no importa cuanto me aleje,
mis raíces .. .yacen después de la muerte

/Coup de Foudre/

- Tú sabes que yo no creo en esas cosas- dijo él mientras se abotonaba la camisa. – Esas son tonterías y no voy a cambiar de opinión por lo que una vieja bruja sea capaz de decirme.
- Pero esta es diferente, yo la conozco y siempre acierta en todo.- le respondí. Recosté nuevamente mi cabeza en la almohada y cerré mis ojos, jale la sabana y cubrí mi cuerpo desnudo, la áspera sensación que se produjo en mi piel se diluyo cuando sentí el calor que había dejado el cuerpo de Oscar al lado mió.

- ¿Pero que haces?, ¿es que piensas dormir aquí?.- Casi gritó él.

Me incorpore mientras abría los ojos, me detuve un momento a observarlo detenidamente, el me miraba desde el umbral de la puerta, se había vestido ya con ese sweater rojo que tanto me gustaba, incluso se había atiborrado el cabello con gel. Un sentimiento agridulce me invadió, se veía tan inocente, sosteniendo su chamarra enrollada en la mano y a pesar de su mueca de enfado su mirada era tan transparente y expresiva como la primera vez que lo vi. Casi podría arrepentirme de lo que iba a hacer, estuve a punto de decirle que se marchara y que me dejara ahí, pero no lo hice.

- Espera, vamonos juntos, no me dejes aquí – le dije con la voz más melosa que pude y me levanté.
Me vestí con tranquilidad y sin cuidar de que me viera, la verdad es que me apenaba un poco mi incipiente panza, pero aun así sabía lo mucho que le gustaba mi cuerpo y confiaba en despertar nuevamente su apetito, para de ser posible pasar toda la noche con él. Todo resto de compasión que pudiera guardar en mi se desvaneció cuando al mirarlo descubrí en sus ojos hastío en lugar del deseo que esperaba ver.

Terminé de vestirme con prisa y enojo.

Al cerrar la puerta de la habitación del hotel lo último que alcancé a ver fue un florero ajado y mugroso sobre el buró, con una rosa marchita colgando como si estuviera diciéndome adiós.

El camino a mi casa fue largo y tedioso, ninguno de los dos dijo uno sola palabra, el se contento con presionar a fondo el acelerador y concentrarse en la carretera, yo, no dejaba de mirarlo.

- ¿Te gustaría enterarte algún día que un hijo tuyo anda por ahí, vagando por las calles? – le dije cuando se aparco justo fuera de la unidad en donde vivía yo.
- No te creo Sandra, ¿como podría después de…? – Su ojos reflejaron un recuerdo doloroso, pero se recobró enseguida y dijo:
- ¿Qué ganas con esto?, ¿Por qué me atormentas ahora que he empezado a rehacer mi vida?, Sandra, me engañaste, te acostaste con otro tipo, con un tipo casado, en mis narices, ¿Cómo puedes decirme ahora, después de de dos meses, que esperas un hijo mío?, ¿Cómo quieres que te crea?, dime, ¿Cómo pretendes que te crea que el hijo que esperas es mío?
- Yo se que no vas a perdonármelo nunca, pero esto que te digo es cierto, es tu hijo, nuestro hijo.- Le respondí

El permaneció en silencio un buen rato, pero yo podía ver la duda que lo inundaba.
- Mira, hagamos un trato- le dije en el tono mas conciliador que pude – Vamos con esta… señora, yo me atendré a lo que ella diga, si ella nos dice que el hijo no es tuyo no volverás a saber de mí en toda tu vida, prometo no volver a buscarte jamás, no tendrás ningún remordimiento de conciencia y podrás continuar tu vida como hasta ahora, y si dice que si lo es, no te pido nada para mi, yo se que ya no me amas, que te he lastimado demasiado, pero al menos podrás reconocer a tu hijo y darle tu apellido, ¿Podrías ser feliz sabiendo que es posible que un hijo tuyo vague por la vida sin nombre, sin padre?-

El se quedo callado un buen rato, aunque por su actitud yo ya sabía la respuesta.

- Esta bien, vamos con esa señora, yo estoy seguro de que ese hijo que esperas no es mío, pero si esto va servir para que me dejes en paz de una buena vez, pues vamos, mañana pasare por ti a las 6 de la mañana – me dijo.

Al llegar a mi habitación, tome el teléfono he hice una llamada.
- ¿si? – una voz somnolienta me respondió del otro lado de la línea.
- ¿Roque?, soy Sandra, esta todo listo, mañana es el día
- Ok.

Colgué y aunque no tenía sueño me tendí en la cama, el día siguiente pintaba para ser muy largo.

En la mañana Oscar pasó por mí cuando aun no había amanecido, pronto dejamos la ciudad atrás. Seguimos una autopista por algunos minutos, y después le di indicaciones para que siguiera un camino de terracería, que a veces se introducía entre maizales y arbustos y a veces se reducía hasta casi desaparecer.

El sol se asomaba entre las lomas y el calor en la sierra era ya insoportable cuando llegamos al pie de un cerrito escarpado y sin mucha vegetación, le pedí a Oscar que se detuviera.

- ¿Es aquí? – me habló por primera vez en todo el trayecto
- Si - le dije yo, señalando hacia arriba – hay que subir ese cerro, el lugar es justo en la cima, tras esos arbustos.
- No parece un lugar muy concurrido
- No lo es, la señora fue famosa por sus poderes hace mucho tiempo, pero ahora ya casi no recibe clientes, esto es un favor especial.

Oscar se encogió de hombros y comenzó a subir entre las piedras y zarzas del pequeño cerro, yo iba detrás de él con bastante esfuerzo, pero el ni se preocupo por ayudarme a subir, ni siquiera me ayudo a levantarme cuando tropecé con una piedra y me rasguñe el brazo con las espinas de un zarzal, a pesar de la rabia que me embargaba, me mantuve serena, si despertaba sus sospechas podía echar todo a perder, y no podía en ese momento, en ese momento que tenia tan cerca mi objetivo.

Era una pequeña casa de adobe, cubierta con una gruesa capa de polvo, le faltaban bastantes bloques, y el techo era de lámina, pero con tantos agujeros que parecía que iba a desmoronarse de un momento a otro.

Ignore los reproches de Oscar, sobre el estado de la casa y toque a la puerta, pasaron varios minutos sin que nada sucediera, y cuando Oscar empezaba ya a bajar de nuevo, la puerta, que era de una madera ya podrida, se abrió y apareció una señora de edad avanzada, al menos 60 años, aunque podrían ser más, yo solo había hablado por teléfono con ella y nunca me la había imaginado así, su rostro era tan moreno que las arrugas se confundían entre su piel.

El lugar era mas lúgubre de lo que pude haber pensado, se dividían en dos cuartos muy pequeños, donde yo apenas podía andar de pie, Oscar tuvo que entrar prácticamente inclinado. La señora que nos guiaba se sentó sobre el suelo y extendió frente a sus rodillas un petate viejo y descolorido. De una de las bolsas de su vestido extrajo lo que parecían ser unas semillas de color café oscuro y también algunas verdes. Con un ademán invito a Oscar a que se sentase del otro lado del petate. Oscar me miro con una mueca de asco y odio inmenso, pero con un suspiro hizo lo que la señora le pedía. Ella entonó un canto extraño en una lengua que ni Oscar ni yo conocíamos, al terminar arrojo las semillas sobre el petate y las miro fijamente acercando la cara hasta casi tocar las semillas con la nariz mientras hacia exclamaciones que parecían ser de asombro, Oscar, casi por instinto se inclinó también sobre el petate. Yo sabía lo que vendría a continuación, así que me aleje lo más que pude de la escena hasta que sentí la pared a mis espaldas.

La señora metió la mano a otra bolsa de su vestido sin que Oscar lo notara, extrajo el puño cerrado que se acerco a la boca, Oscar seguía viendo las semillas sin percatarse de nada. Sucedió en menos de un segundo. La señora abrió su mano y en el mismo instante soplo con todas las fuerzas que sus viejos pulmones debían de proporcionarle, un polvo grisáceo se esparció e inundo la cara de Oscar, el no pudo evitar inhalar la mayor parte del polvo, tan certera había sido la acción de la anciana. Tosiendo se levantó, se llevo las manos a la garganta y en unos cuantos minutos ya estaba bocabajo en el suelo.

La anciana me ayudo a llevarlo a la orilla del cerro y desde ahí lo tiramos en dirección a su auto, rodó por entre la vegetación y las piedras, después pude comprobar que recibió muchos golpes y arañazos, pero estoy segura, ninguno que lo lastimara demasiado.
Me dio una bolsa pequeña de papel y dijo
- Esto es lo que resta del hechizo, ya te explique como debes de hacerlo, no debes de dejar pasar más de tres noches, no me interesa si lo haces o como lo hagas, hasta aquí llega mi trabajo.

Tome el celular y marque un número.
-¿Si?
- Roque, soy Sandra, puedes pasar por mi, ya esta hecho, ahora solo hay que esperar.


Por la noche llame a Rosa, la hermana de Oscar, después de todo siempre me había llevado bien con ella y aun éramos amigas, recibí con sorpresa la noticia de su muerte, fingí sollozar cuando me contó que una llamada anónima había guiado a la policía hacia su cadáver, deje escapar exclamaciones de asombro cuando me contó acerca del lugar donde lo encontraron, nadie sabia por que había salido tan temprano de casa y menos aun que podría haber estado haciendo en el medio de la sierra. Después de una larga platica y de expresarle mis condolencias, obtuve la información que quería, el entierro seria al día siguiente por la tarde en la cripta de la familia, iba a ser velado toda la noche, no habría autopsia la causa de la muerte eran claramente los golpes recibidos de una caída, no pude haber pedido mas facilidades.

Me presente en su casa poco después del amanecer, la excitación no me dejo dormir en toda la noche, a pesar de los cansada que me encontraba. Su familia me recibió con frialdad, todos, menos Rosa, me guardaban rencor por lo que había hecho. ¡Que podían saber ellos!, lo había arreglado todo, lo iba a hacer feliz, y el me haría feliz a mí, seriamos una familia. A ellos realmente nunca les importo su felicidad, y por eso me iba a asegurar de que no volvieran a verlo jamás.

Después de platicar con una inconsolable Rosa, me di una vuelta por el féretro, parecía verdaderamente muerto, su ojo izquierdo estaba amoratado, su piel pálida y cenicienta, a mis espaldas escuchaba los sollozos y lamentos de su familia.

Llevaba la bolsa de papel conmigo y estuve tentada a hacerlo ahí mismo, me divertía imaginando el alboroto que causaría en todos el verlo levantarse del ataúd. Pero no lo hice, me consolé con la idea de que la noche siguiente seria todo para mí.

Me uní a Rosa en un auto que nos llevó al lugar del entierro, o al menos eso creía yo.

Nos detuvimos en unos crematorios en el centro de la ciudad

-¿Qué hacemos aquí?, pensé que lo iban a enterrar en la cripta de la familia – le pregunte a Rosa.
- Hubo cambio de planes, resulta que mi madre recordó una plática con Oscar donde este le comento que le hubiera gustado que al morir, esparcieran sus cenizas en el mar, y mi madre se ha empeñado en cumplir este deseo de mi hermano.
- No puede ser, no pueden quemarlo, así no funcionara, están locos, eso es una salvajada.- Sentí que la tierra se hundía bajo mis pies, una desesperación enorme, pero no fue sino hasta que vi. el ataúd frente al horno crematorio que me di cuenta del horror de la situación. Grite, pataleé, arañe a gente que nunca había visto, algunas personas me golpearon, hasta que finalmente una señora gorda me abrazo hasta casi asfixiarme y me quede quieta exhausta. Justo en ese momento todos se estremecieron al escuchar dentro del horno un alarido de extremo dolor, que si bien fue breve, nos dejo, incluyéndome, con los pelos de punta.

La hechicera me había dicho que el coup de foudre dejaría a Oscar como muerto privándolo de sus sentidos, que no seria capaz de sentir nada en absoluto y que sin embargo estaría consciente de todo lo que pasaría, hasta que yo le diera el antídoto que lo devolvería a la vida y lo dejaría como esclavo mió. Creo que después de todo el grito que todos escuchamos en el horno comprueba que la hechicera estaba equivocada.

Fin

jueves, septiembre 27, 2007

La Jacaranda... (Árbol / Vida)

Estallaban bombas de flores, la primavera llegaba y con ella los domingos de visitar a tu hermana; recorrer por los mercados y probar frutos maduros para desaparecer después en secretos paseos extraños: museos escondidos en casas, calles de piedras de río, historias de tres palabras en epitafios perdidos.
Eran las jacarandas, antes árbol de alegría, que bañaban de estrellas lilas esas calles de mi infancia alfombrando recorridos, decorando tus palabras que iban armando cuentos y sueños de tardes moradas.
Entre tus cuentos hablabas de la jacaranda olvidada, que sombreaba el que sería tu hogar y con tus sueños viviría. Hoy no hay árbol que transmita mayor tristeza en mi vida, que aquella jacaranda que hoy tu sepulcro cuida: su tronco antes recto y seco ahora ha cobrado vida y dibuja una extraña curva que tu amplia espalda imita; también extraña tus cuentos e incluso hay días que busca imitar también tu risa, más lo único que puede es llorar morado y lila...

viernes, septiembre 21, 2007

El Primer Recuerdo de una Manzana





Dicen que al final de la vida, justo cuando uno ya sabe que va a morir vienen a la mente nuestros primeros recuerdos. Cuando estamos al borde de la muerte, nuestra temperatura corporal cambia, la textura de la piel se modifica y hay una especie de sudor en las manos que no se parece a ningún otro. Para el que va a morir el tiempo cambia su métrica y su velocidad. Esto lo sé porque me lo han contado personas que hay presenciado la agonía de sus seres queridos. También lo sé porque así me siento hoy.

Todo es silencio a mi alrededor y lo único que oigo es un pitar que se interrumpe y vuelve, constante, suave y muy cercano. Monótono. Hay poca luz y tengo un tubo en la nariz. No puedo hablar aunque quiero. Junto de mí hay una mujer sentada en silencio leyendo un libro. No me mira y aunque la llamo con la mirada, no me contesta. Junto a ella veo una mesa que tiene una tele y encima hay una canasta con algunas manzanas grandes y muy rojas.

Oigo las voces de los niños de pantalones cortos que juegan en el jardín. Es un día con mucho sol. Veo el papel de color morado que envuelven a las manzanas por la mitad y están puestas en una caja muy bien acomodadas. Todo era muy rústico en el empaque. El papel que usaban para envolverlas era único, o al menos eso me parecía, pues yo nunca había visto ese tipo de papel ni de ese color en otra cosa y para un fin diferente que para envolver las manzanas.

José nos visitaba los sábados en casa de la abuela y llevaba unas cajas con esos papeles morados que contenían las manzanas. Había sido empleado de la abuela y ahora que tenía casi su misma edad, se había retirado. Más bien era un amigo, una gente de confianza y la abuela lo respetaba mucho y parecía que le tenía bastante aprecio. José llevaba estas cajas de vez en cuando y aunque recuerdo que no era muy seguido tampoco me parecía que fuera cada nunca. Pero era como una tradición y el tomar una manzana de la caja era un privilegio para nosotros, pues no todos en la familia tenían acceso a ellas. Llegaba y los nietos que estuviéramos en la casa corríamos a saludarlo porque sabíamos que nos regalaría una de esas maravillosas manzanas. Él, caminando lento, muy sonriente sacaba una manzana para cada uno y nos la daba con su papel morado. No tenían la forma tan perfecta ni tan redonda y aunque el sabor no lo recuerdo, no me parece que fuera algo extraordinario. En realidad eso no importaba tanto. Lo que importaba era que pudiera tener una de esas manzanas que llevaba José, porque eran únicas. Que nos las diera y que no fueran todos mis primos los afortunados en recibir una. ¿Dónde las compraría?

José no viene más. Apenas me di cuenta. Ya no hay manzanas ni cajas, ni papel morado.

¿Y José? Pregunté un día en el coche con mis padres. Los adultos no contestaron. Había un gran silencio incómodo. Yo me quedé mirando sus cabezas, su nuca. ¿Y José, el de las manzanas?, volví a preguntar. No hubo respuesta. Ni un movimiento. Nada. Sólo silencio, un silencio como el que hay ahora en este momento, en esta habitación en donde sólo se oye el pitar constante y monótono y cercano. Ahora nada. Sólo silencio.

viernes, septiembre 14, 2007

No cambies, ¡¡¡vales mil...!!!

Allí estaba yo, cómodamente sentado en mi oficina de Santa Fe, pensando como demonios iba a poder reducir el 8% al presupuesto general de lo que resta del año si estamos cortos de lana para el proyecto de stands en el norte del país; cuando oigo que tocan la puerta. “¿Se puede?”. Si, era ella, con ese timbrecito de voz como de niña consentida asomándose a mi privado. No tenía ni tiempo ni ánimos para ver a nadie pero ya qué. “Adelante, pasa”. Yo estaba sentado, de espaldas, intentando resolver lo que, hasta aquel momento, era lo más complicado y difícil para mí, ¡gran error, viejo!.

“Si estás muy ocupado lo podemos dejar para más tarde”, musitó con un tono que no me agradó cuando toda ella es tan desparpajada. “No, dime. ¿Qué pasa?” le dije sin voltear a verla y esperando despacharla pronto. “Pues… no sé cómo decírtelo… es que…” arrastraba las palabras y yo con tantas broncas. “Vamos, ¿Qué puede ser tan difícil que no me lo puedes decir? Mientras no me digas que estás embarazada…” Le dije en tono medio sarcástico. Siempre había cuidado mucho esa parte para que no me ‘colgaran milagritos’, además ya hacía algunas semanas que ‘nada-de-nada’ con La Peque. Yo seguía ensimismado en mis pensamientos, sin moverme del sillón, cuando su silencio me desconcertó, volví la vista para verla cabizbaja y más roja que un jitomate, ¡sentí que se me subieron hasta la garganta! Y luego, luego el maldito ‘hoyo en el estómago’, ese dolor que te provoca la pinche gastritis, si desde cuando me están mandando al médico pero de sólo imaginarme que de entrada me va a quitar el alcohol, el café y el cigarro, ¡paso!.

¡¡¡Uta madreeeeeee!!! ¡Noooooo! ¡La Peque no podía salirme con ESA!. “¿Estás segura...” le pregunté pausadamente, guardándome la frase “...de qué es mío?”, tampoco podía ser tan gandalla y decírselo así como así. “Si, estoy segura. Me lo confirmó el médico ayer por la tarde”. ¡No me chingueeees! Pero cómo sucedió si siempre nos cuidamos, si fui muy claro con ella en esa parte “Cero compromisos, cero responsabilidades, vamos a disfrutar el momento”. Me falló. ¡Vamos, vamos! ¡Que no panda el cúnico, diría el Chapulín Colorado, jaja! Cómo no me quedé chavito y así me hubiera evitado estas broncas: tener que soplarme el ajuste al presupuesto y ESTA situación con La Peque. “¿Y qué quieres hacer TÚ?...” le dije con aparente serenidad cuando ya ni las piernas sentía. “No sé… no sé qué quiero hacer… mis papás se van a sentir defraudados y yo no sé si pueda hacerme cargo del bebé sola”. ¡Ándale, pues! Eso de ‘sola’ lo sentí como un grillete en el pie, ¿Cómo se le podía ocurrir decirme eso a mí, un alma aventurera y libre? Mala táctica, niña.

“¿Y lo sabe alguien más?”, era la pregunta más que obligada aunque temida. Conociendo a las mujeres, era muy seguro que ya alguien hubiera visto algo raro en ella. ¡Claro! Ahora recuerdo: aquel día que fuimos a comer al fast-food de la plaza que está aquí a lado, tuvo unas nauseas que nos arruinaron el sushi de camarón que tanto le gusta. No dudo que ya le hubiera ocurrido algo similar enfrente de sus compañeras… sus compañeras. Las temidas “arañas” del área. ¡Me lleva la chingada! Si esas viejas se enteran, otra vez estaría en boca de media empresa. Todavía puedo recordar la cara a la George Washington en un billete de a dólar que tuve que hacer cuando rumoraban que el bebé que esperaba Sofía era mío: “Segurito el bebé de la Lic. Roldán es del Ing. Galicia, ¡ella se le ofrecía cañón!”. Y no estaban tan erradas, ella solita llegó a mí y ¿Pues quién era yo para perdonársela? ¡Jajaja! (Ándale wey, síguete riendo, pellízcate y verás que esto no es una pesadilla sino tu dura realidad). “No, eres el primero que lo sabe...” y así debía seguir reina, pensé. “¿Qué vamos a hacer?”. ¡Madres! La pregunta obligada… no supe que responder y no podía decirle que no estaba seguro de que ese bebé fuera mío. La Peque está mona, aunque la envidiosa de Nora diga que es igualita a Golum, el mono ese que sale en la película de El Señor de los Anillos, ¡jajaja! Y la verdad no está tan errada: tiene una ‘belleza diferente’ mi chiquilla, aunque ese cuerpecito está como hecho a mano, claro que sí. Por eso mismo tiene a varios tras sus huesos, dos que tres veces la he visto llegar con el chavito del archivo, o comiendo con el baboso ese de Contabilidad que me trae asoleado con las comprobaciones de mi American Express Corporativa (por cierto... ¿Dónde quedo la nota de la comida de ayer con los asesores gringos? ¿Si la pedí? ¡Me lleva!) Si siempre he dicho que las mujeres son más cuscas que los hombres: ellas tienen a sus pies a cuanto wey se les ocurra y con sólo un guiñito de ojo ¡cae uno redondito! En cambio nosotros tenemos que hacer labor con la dueña de nuestros suspiros: que la palabra bonita, que las flores, que la cena en el restaurante de moda, etc. etc. Puros gastos y luego para que salgan con que “no puedo porque estoy en mis días”, ¡Utaaaaa! “a echarse la mano”, ¡jajaja!.

La Peque siempre me juró “fidelidad”. Yo sólo confío en la fidelidad de los perros y como no tengo, pues no creo que exista. Pero no, no me puede hacer esto, siempre fui claro: “cero compromisos”, así que entonces ¿dónde quedó su juramento de fidelidad cuando traicionó el acuerdo que teníamos? Para que siga confiando en las viejas, me cae.

¿Qué debía hacer, qué podía decirle sin sonar más falso que los reportes de crecimiento que presenta Martínez en las juntas de Comité? Sólo atiné a tomarla de las manos, esas manos tan pequeñitas que tantas caricias me habían prodigado estando a solas. “Tranquilízate, tenemos que platicar este asunto y juntos encontrar la mejor manera de resolverlo. Tengo una junta a las 5 p.m. pero saliendo nos vamos juntos a tomar un café ¿te parece?” (¡Soy un fregón! Por eso todos envidian mi “capacidad de negociación”) La Peque me vio con mirada de cordero a medio morir cuando encuentra unos brazos salvadores “Te espero entonces. Te amo”. ¡No hagas eso, niña! Eso no fue amor, fue pura calentura.

Ahora sí mi brillante ingeniero ¡bien que la supiste armar! Te has hecho en un día, un solo día, de TRES, tres piches broncotas: el recorte de presupuesto, una casi niña que quesque te ama y dice que la embarazaste y la MÁS complicada de todas y de la que va a depender desde este momento tu vida: Recuerda aquella ocasión, cuando tu esposa te cachó la última vez y tuviste que detenerla en la puerta de tu casa con tu hijo en su brazo y la maleta en la otra mano, vuelta una furia cuando se enteró que salías con La Peque y todo porque tú, estúpido de verás, te apendejaste y en lugar de apagar el pinche celular al terminar de hablar con ella para decirle que “te quedarías hasta tarde en la oficina porque tenías que enviar la información mensual a Nueva York” le oprimiste la tecla del ‘speaker’ y tu mujercita santa se chutó toooooooooooda tu conversación hot en el auto con la niña de camino a un lugar de “cinco letras”. Recuerda que le juraste y le perjuraste que te ganó el cuerpo, que ella ha sido, es y será la dueña de tu vida, que no sabías qué te había sucedido y no se cuanta pendejada más le lloriqueaste y hasta te le hincaste para que no te abandonara... ¿Qué te dijo wey? Recuérdalo porque te lo anda cumpliendo: “Si me vuelvo a enterar de una más de tus andanzas… ¡¡¡Te la corto!!! Tú sabes que te lo cumplo y no me importa irme a la cárcel, pero yo
¡¡TE LA CORTO!!”.

¡En la madre! ¿Y en dónde voy a conseguir otra? ¡¡Tan buena que me ha salido ésta!! ¡¡¡Jajajajaja!!! No cambias cabrón, ¡¡¡NO CAMBIAS!!!.

Yo solito

¿Un fetiche?, ¿Un amuleto de la “buena suerte”? ¡Vamos! Siempre he pensado que eso es para las personas que necesitan de panaceas porque no quieren o no pueden enfrentar cara a cara sus inseguridades, sus temores más íntimos, sus propias carencias.

Mira que supeditar tu suerte a una patita de conejo. Qué culpa tiene el pobre animalito de que existamos millones de mexicanos soñando con ‘pegarle al gordo’ de la "Lotería Nacional para la Asistencia Pública" (siempre me ha gustado lo rimbombante que suena pronunciarlo completo) y no pocas personas se hagan de una de esas extremidades peludas para atraer el dinero, pero cómo pretenden sacarse el “premioooo mayoooor, premioooo mayoooor” (¡¿quien no recuerda a los niños gritones de la lotería?!) de 100 millones de pesos ¡si ni siquiera compran un “huerfanito”! O qué tal con aquellas mujeres que usan de prendedores unos espantosos intentos de ángeles elaborados por medio de un engarce burdo de alambre dorado y trocitos de cuarzos de colores -que más bien han de ser trozos de vidrio de botellas de refrescos- quesque para ahuyentar ‘las malas vibras’. Con tales esperpentos CUALQUIERA se aleja, jajaja!!.

Aunque pensándolo bien, también debo de reconocer que existen ciertos ‘artilugios’ ¡que sí logran su objetivo y hasta con creces! Cómo poder olvidar “las pastillas rojas de El Flaco”.

Hace algunos años, al comenzar las vacaciones de verano, mi papá decidió que su primer hijo varón debía practicar algún deporte ‘de contacto’ para despertar su destreza. Tomó a su chiquillo de la mano y se enfiló a cierto Club para inscribirlo y comenzar lo antes posible. Y ahí estaba: un niño de 6 años, delgadito, muuuy introvertido, aletargado y chillón con tremendo guante de béisbol en sus manos. Entrenaba tres veces a la semana y tal vez por su propia timidez le asignaron la posición de ‘catcher’. Lo complicado de todo esto era que El Flaco sufría, literalmente, el jugar béisbol. Todavía recuerdo la visible palidez que le causaba plantarse en el ‘diamante verde’ pese a las desgañitadas porras que le echábamos en sus partidos y ante las caras largas de sus compañeros porque nómas no daba ‘guante con bola’.

Uno de esos sábados, mi mamá tuvo a bien poner algo en la bolsita trasera de su pantaloncillo: “Aquí va una pastillita roja. Pásatela cuando sientas que las manos te tiemblan y no puedas lanzar la bola, mi flaquito”. Semana a semana, con todo su miedo a cuestas, El Flaco se zampaba ‘su pastilla roja’ y, sorprendentemente, comenzó a lograr su objetivo. Cada sábado era muy gratificante ver como mejoraba su habilidad, como se involucraba en el juego, al grado de que hasta sus sugerencias eran tomadas en cuenta por sus compañeros y por el entrenador mismo. Su empeño y maestría lo llevaron a ser considerado “la estrella” de su equipo: resultaba todo un agasajo ver jugar con tal aplomo y fuerza a ese niño tan delgadito. El Flaco fue galardonado como “El Mejor Catcher” en un par de temporadas de juego consecutivas.

¿Gracias a “sus pastillas rojas”? No, no crean que mi mamá ‘dopaba’ a su chilpayate. Las susodichas “pastillas rojas” resultaron ser ni más ni menos que… ¡¡¡lunetas!!! No más que simple chocolate confitado. Y es que la caché separándolas cuidadosamente de las bolsitas que compraba en la tienda del mercado, “Son sólo para mí” nos decía (y yo la tildaba de 'come-sola'). Me hizo jurarle y perjurarle que no le revelaría su secreto a mi hermano so pena de quedarme sin fiesta de cumpleaños y sin postre por el resto de mi existencia. Fui una tumba. Por ahí existe una foto de mi pastel de 9 años: fue divertidamente decorado por mi mamá con crema chantilly y… lunetas, sin las 'rojas', claro está.

Al inicio de su segunda temporada de juego, fue El Flaco mismo quien canceló la portación y toma de ‘su pastilla roja’. Muy firme pronunció: “!No mami, ya no necesito mi pastilla. Ya puedo lanzar… yo solito la bola!”.

jueves, septiembre 13, 2007

Dominación

Dominación

Domicilio del dominio:
Durmientes dieciocho, departamento doscientos dos.
Donde diariamente, damiselas decentes dicen dar “dosis de deleites diáfanos”.
"¿Decentes?" Diría dolosa Doña Domitila Domínguez.
Defecto de ‘dejadas’, despechada desde días desventurados.

Despilfarro de danzas, delirios... desenfreno.
Delante de ‘Dones’ derrochadores de dinero
deambulan deseosos de diversión disoluta, disipada.

Disparatada discordancia de dichas “damas decentes”:
Divas de devaneos… dádivas dosificadas.

De dos decenas de dichas damiselas,
Dúo de dadoras de deleites disputan don domador:

Dora Dorantes: distinguida, desafiante, difícil de
domesticar, demoledora, dramática.

Diana Diamantes: desfachatada, divertida,
despabilada, deshinibida, desparpajada.

!Ding, dong! Don David Donoso.
Dandy displicente, determinado, deidad de desvelos.

David deambula donde disfrutan destacar dúo de divas
dándoles dardos de desdén, desbarranca deseo de
dualidad: dominar, dominarle.

Después de dimes y diretes…
David decidió desposar: Daria Dardón.
Doncella distante, diminuta, discreta, digna de devoción.
¿Desatinada deferencia?
David descubrió donde dulces despertares disfrutar.
Daria desalmada, desdeñó distinción.
Desea dominar… domicilio del dominio:
Durmientes dieciocho, departamento doscientos dos.

Dhní Dayón